¿Te ha resultado complicado el proceso de cambio desde el mundo académico al mundo laboral? ¿Sientes que tus éxitos como alumno no han tenido continuidad como trabajador? ¿Consideras que tu esfuerzo no está siendo valorado y que dedicas demasiado tiempo a un trabajo del que obtienes pocas satisfacciones?
Es posible que estés sufriendo ese “síndrome del buen estudiante” del que una autora como Karine Aubry ha hablado recientemente para argumentar que muchas personas, que han sido brillantes en el mundo académico, tienen dificultades para autoevaluar su propio trabajo y para mantener el control de su propio desarrollo profesional; pues su éxito pretérito se ha basado en un continuo respeto a las normas e instrucciones y en la adaptación a las expectativas de los demás sin permitirse a sí mismos el más mínimo error o el alejamiento de las pautas marcadas por sus padres, maestros o superiores.

Esta fe ciega en la autoridad y el deseo de cumplir los estándares establecidos, sin que exista espacio para la creatividad o la improvisación, pueden convertirse en importantes obstáculos en ese mundo laboral en el que la proactividad y la eficiencia del empleado son tan valoradas.
De este modo, ese “eterno buen estudiante” termina por convertirse en un importante apoyo para esos líderes de las organizaciones que delegan en ellos siendo conscientes de que realizarán un buen trabajo; provocando, de este modo, que a muchos de los trabajadores de este tipo se les asigne una mayor carga de trabajo que no será reconocida a nivel salarial o de reconocimiento.
Ante esta situación, muchas personas con el síndrome del buen estudiante sufren ese “burnout” cuyas principales consecuencias serán, entre otras, una sensación de improductividad que trata de ser compensada con la realización de horas extra, la dificultad para desconectar del trabajo, la pérdida de atención y de concentración, los trastornos alimentarios y de sueño e incluso la adquisición de hábitos nocivos o la tendencia al aislamiento social.
Para evitar esta problemática, los “buenos estudiantes” deben ser capaces de realizar un análisis de la situación y de definir sus prioridades y objetivos para, posteriormente, comenzar un proceso de evolución desde el buen estudiante hacia el buen profesional.

Así, en primer lugar será importante identificar las propias fortalezas y escuchar atentamente el feedback de los responsables directos para poder estar a la altura de las expectativas sin dedicar un tiempo excesivo a la realización de determinadas actividades que no son prioritarias o cuyo nivel de exigencia sea menor.
En este sentido, puede resultar muy útil el hecho de solicitar la mayor cantidad de información posible sobre cada actividad a realizar y ajustar el nivel de exigencia con la finalidad de mejorar la eficiencia y la productividad; pues, de este modo, se conseguirán resultados muy positivos y no se dedicará un tiempo excesivo para analizar el propio trabajo realizado.
No obstante, este cambio de mentalidad del “buen estudiante” no debe llevar a la mediocridad laboral, sino a una mejora de la productividad y de la gestión del tiempo que, a su vez, llevarán a una mayor satisfacción laboral y a una adecuada evolución profesional.

Lógicamente, estos cambios suelen ser complicados y, en ocasiones, generar sentimientos de inseguridad y ansiedad; pero lo cierto es que, cuando los “buenos estudiantes” consiguen completar ese proceso de evolución, se pueden llegar a convertir en los mejores profesionales con los que una organización puede contar.
Por ello, y aunque se trata de un cambio individual, puede resultar muy interesante el hecho de que los departamentos de Recursos Humanos identifiquen a los empleados que pueden estar sufriendo este síndrome para orientarles y apoyarles en ese proceso de perfeccionamiento que será positivo para todas las partes implicadas.
Javier Alarcos Olivares (@jalarcoso)
Algunas de las fuentes consultadas para realizar esta publicación han sido:
hola profe soy maya
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Holaa profe somos maya y lidia😁
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