A lo largo de nuestra experiencia laboral y de nuestra formación académica, todos nosotros pasamos por multitud de instituciones y conocemos a un gran número de personas. Muchas de ellas nos ayudarán a crecer personal y profesionalmente, aportándonos algo positivo; pero, del mismo modo, en muchas otras observaremos conductas y actitudes que nos harán reflexionar sobre la forma en que jamás querríamos llegar a actuar.
Por ello, y continuando con las “historias de mi experiencia” en las que comparto algunas anécdotas que pueden llevar a la reflexión, en esta ocasión me gustaría publicar algo relacionado con la forma de actuar de algunas personas que lideran equipos de trabajo:
“Durante una de mis primeras experiencias en el ámbito laboral, en una tienda de una prestigiosa marca deportiva, me encontré formando parte de un equipo de trabajo joven y dinámico en el que cuatro personas ocupaban puestos de responsabilidad para liderar a los otros siete miembros del grupo.
Curiosamente, el principal responsable del grupo llegó con el equipo ya formado y con una muy mala fama que, al menos bajo mi punto de vista, no era merecida ni se ajustaba a la realidad; pues, a pesar del miedo existente en el equipo con su llegada, resultó ser uno de los mejores líderes que he conocido en mi vida laboral.
Esta persona, tan exigente e inconformista consigo mismo y con los demás, dirigía al equipo de trabajo desde el respeto y la búsqueda de crecimiento; pues no solamente se mostraba dispuesto a ayudar a sus empleados ante cualquier dificultad, sino que también les formaba, les permitía tomar decisiones y les animaba a afrontar retos de forma autónoma, aceptando los posibles fallos como parte del aprendizaje del grupo humano.

Sin embargo, el cuarto líder en la jerarquía organizativa tenía un estilo de liderazgo muy diferente; pues, a pesar de su personalidad alegre y su carácter bromista, utilizaba su posición para exigir y presionar a través de la amenaza y la humillación.
En este caso, algunas de las expresiones que más utilizaba con el resto del equipo eran parecidas a “te recuerdo que soy tu jefe”, “veamos tus libranzas en el horario” o “ahora te vas a bajar un ratito solo al almacén”; pero lo realmente problemático era el hecho de que no dudase en utilizar su posición de poder para menospreciar a los miembros del equipo, destacar públicamente los posibles errores cometidos o sobrecargar de trabajo a ciertos empleados para descargar a aquellos otros a los que él consideraba amigos más allá del ámbito laboral.
Paradójicamente, esta forma de actuar no parecía estar relacionada con un alto nivel de autoexigencia que estuviese siendo trasladado al resto del equipo; pues este “líder” no fue precisamente ejemplo del trabajo bien hecho (realización de compras personales desde el ordenador de la empresa, planificación de viajes personales en tiempo de trabajo, visionado de partidos de fútbol durante su jornada laboral, lectura de prensa deportiva en momentos en los que el resto del equipo se veía desbordado de trabajo e incluso filtración de informaciones confidenciales e imágenes de las cámaras de seguridad).

Ante estos comportamientos, que trataba de disimular en presencia de los tres líderes con mayor nivel jerárquico que el suyo, el propio equipo de trabajo comenzó a sentirse incómodo; aunque existía cierta estabilidad por la presencia de otros tres jefes que sí eran un referente y conseguían que el grupo se mantuviese muy unido.
Sin embargo, esa solidez desapareció cuando dos de esos tres líderes abandonaron la empresa; pues, aunque el cuarto cabecilla solamente ascendió una posición en el nivel jerárquico, la aparición de otro cuarto jefe con una forma de actuar muy similar a la suya provocó que ambos formasen una especie de equipo que llevó a muchos subordinados a actuar de forma inapropiada con sus propios compañeros con el fin de ganarse el favor de estos dos jefes.
Así, el mal ambiente que comenzó a aparecer derivó en graves faltas de respeto constantes, humillaciones a las compañeras de trabajo, la marginación de aquellos que no formaban parte de la camarilla de estas dos personas e incluso la aparición de problemas mucho más serios que llegaron a esferas superiores”.

Aunque, afortunadamente, mi crecimiento profesional me había llevado a otra organización y en esos duros momentos ya no me encontraba en la compañía; el contacto que mantenía con muchos de mis antiguos compañeros hizo que rápidamente me llegasen estas desagradables noticias, pidiéndome la empresa incluso colaboración para aclarar ciertos hechos que yo también pudiera haber sufrido o vivido en el pasado.
Por fortuna, finalmente no tuve que verme involucrado en una situación tan desagradable y, aunque este escenario se calmó en poco tiempo y nadie tuvo que verse implicado en más situaciones incómodas, lo cierto es que todo ello me sirvió para reflexionar sobre el importante papel que pueden tener los líderes en el devenir de un equipo de trabajo; pues resultó ser un ejemplo perfecto de cómo el liderazgo, cuando está mal enfocado, puede llegar a generar situaciones tan perjudiciales incluso en grupos humanos que inicialmente se encuentran tan cohesionados como aquel.
Por ello, creo que los profesionales del área de Recursos Humanos no solamente deben tratar de detectar este tipo de actitudes de los líderes, sino también trabajar los estilos de liderazgo en los puestos de responsabilidad.
Javier Alarcos Olivares (@jalarcoso)