En ocasiones, algunas organizaciones y departamentos de Recursos Humanos cometen el error de no reconocer de forma apropiada la labor que llevan a cabo los trabajadores; provocando sentimientos negativos y pudiendo llegar a originar el conocido síndrome del “burnout”.
Además, este problema se puede ver agravado en aquellos casos en los que algunos trabajadores fieles y comprometidos observen cómo algunos de sus compañeros de trabajo sí reciben ese reconocimiento debido a la posición que ocupan o, lo que sería aún peor, por una simple cuestión de preferencia por parte de los supervisores.
En este caso, he decidido crear una pequeña historia con la que poder transmitir esta idea de una forma mucho más amena:
A veces las personas y las organizaciones nos olvidamos de que no es suficiente con decir a quienes nos rodean que son fundamentales en nuestra vida, creemos que esa fortaleza que demuestran es signo de que todo va bien y damos por hecho que, si siguen adelante, es simplemente porque son capaces de todo…
Pero creo que alguna vez deberíamos pararnos a pensar cómo se siente ese animalito fiel y generoso del que solamente nos acordamos para trabajar. Ese pequeño burrito que, con una voluntad de hierro, carga sobre su lomo la pesada carga que unos y otros le van echando encima.
Jamás protesta, nunca pone una mala cara y ni siquiera se para a pensar en la posibilidad de dar una negativa por respuesta; pero su triste realidad es que no se siente querido por aquella gente por la que daría su vida…
Y sí… Estoy seguro de que nadie quiere que su burrito lo pase mal; pues, al fin y al cabo, es ese compañero o trabajador que jamás nos va a fallar y al que recurriremos cuando necesitemos su fuerza, su valor y su coraje. Pero también es cierto que la mayor parte de las veces no somos justos con ellos y que, cuando cumplen su cometido, simplemente les “premiamos” con un montón de heno (o salario) con el que puedan recuperar fuerzas y seguir siendo útiles.
Hemos sido tan crueles con ellos que, incluso a través del lenguaje y con frases del tipo “trabaja como un burro” o “no está hecha la miel para la boca del asno”, hemos dado por sentado que simplemente son seres sin mayor derecho que el de cumplir su cometido laboral.
Deberíamos reflexionar un poco… ¿Cómo se debe sentir ese animalito cuando, después de su tremendo esfuerzo, se da cuenta de que todas las palabras de afecto van siempre dirigidas al caballo? ¿Qué debe pensar al observar cómo sus seres queridos dedican todo su tiempo a ese animal cuya única ocupación es la de disfrutar de su suerte? ¿Cuánto más debe esforzarse para, simplemente, recibir esa palabra de afecto que otros obtienen gratuitamente? ¿Por qué, cuando alguien les visita, tiene que escuchar cómo hablan de la belleza de otros y nadie menciona todo el esfuerzo que ha hecho durante tanto tiempo? ¿Qué tiene que hacer para conseguir que le valoren? ¿Por qué a él no le quieren, si lo único que tiene en su interior es cariño y amor?
Y es que a veces, cuando aquellos a quienes más quiere son incapaces de percatarse de que él también necesita un poco de cariño, el pequeño burrito piensa en el futuro y se dice a sí mismo que no puede fallar… ¿Qué será de mí cuando deje de ser útil? ¿Quién me va a dar esas pocas caricias que, aunque sea a costa del trabajo, de vez en cuando recibo tras mi jornada laboral? ¿Cuánto tiempo me queda hasta que las personas a las que quiero me echen al olvido?
Creo que, tras una pequeña reflexión, los departamentos de Recursos Humanos deben trabajar por conseguir organizaciones mucho más empáticas en las que la Inteligencia Emocional y la Psicología sean factores clave para evitar este tipo de situaciones con sus empleados; fomentando ese “salario emocional” que es tan necesario para los trabajadores en la actualidad.
Y tú…
¿No crees que nuestros “burritos” merecen mucho más que un poco de “heno”?
Javier Alarcos Olivares (@jalarcoso)