A lo largo de nuestra experiencia laboral y de nuestra formación académica, todos nosotros pasamos por multitud de instituciones y conocemos a un gran número de personas que nos pueden aportar muchísimo.
Habitualmente, en estos dos ámbitos nos vemos obligados a trabajar en equipos muy diversos que siempre resultan enriquecedores por motivos muy diferentes; pudiendo encontrar compañeros que nos aportarán conocimientos y métodos de trabajo muy valiosos, otros muchos que nos ayudarán a abrir nuestra mente para ver la realidad desde una perspectiva distinta e incluso habrá quienes pasarán por nuestra vida para hacernos pensar sobre la forma en que no queremos llegar a actuar en el futuro.
Por ello, creo que puede resultar interesante compartir con todos vosotros algunas de las anécdotas que más me han hecho reflexionar a lo largo de mi vida académica y profesional; pues considero que, del mismo modo en que a mí me han servido, pueden llegar a resultar útiles para las personas que tengan interés en mis publicaciones.
En esta primera ocasión, me gustaría compartir una reflexión sobre el conformismo académico y laboral que puede llegar a existir en multitud de equipos de trabajo y organizaciones; pues, en ciertos momentos, somos las propias personas quienes dificultamos el progreso y la eficiencia:
«Durante la realización de mi Máster en Dirección de Recursos Humanos tuve que llevar a cabo, junto a un grupo aleatorio compuesto por cuatro personas más, una tarea que sería valorada como actividad de clase y cuyo plazo de entrega era de 24 horas.
Tras las explicaciones oportunas por parte del docente, comencé a avanzar y a desarrollar mis ideas con la mejor de mis intenciones para que, a lo largo de la tarde de aquel sábado, pudiésemos finalizar la tarea de forma conjunta y entregarla con el mayor nivel de calidad.
Pensaba que ese documento, que podría servir de base para realizar el posterior trabajo colaborativo, sería acogido con agrado por mis compañeros; pero mi sorpresa llegó cuando recibí ciertas críticas poco constructivas por parte de dos personas cuyo único argumento fue que, con mis avances, el resto del equipo “no podría aportar nada más” debido a que mi propuesta estaba “demasiado bien” como para modificar o añadir algo.
Ante esta inesperada situación, traté de hacer ver que había multitud de aspectos de mejora y comenté que podría ser enriquecedor que todos los miembros del grupo presentasen un documento con sus propias ideas para, posteriormente, realizar un pequeño debate en el que extraer lo mejor de cada uno de ellos y realizar el documento final; pero la respuesta que obtuve de estas dos mismas personas fue que esa actividad “no se trataba de un proyecto final de Máster, sino de una tarea de clase” y que “no había mucho más que los demás pudiesen añadir”.
En ese momento yo me preguntaba qué tipo de mentalidad puede llevar a estudiantes de un programa de Máster a pensar que “no se puede aportar nada más” o que una actividad de clase está “demasiado bien como para mejorarla”; pues, por mi forma de entender la vida, los pequeños retos deben ser afrontados con la misma actitud e intensidad que los mayores desafíos.
Sin embargo, ante la feroz crítica recibida, pensé que quizás mi nivel de exigencia había sido demasiado alto y que posiblemente mis compañeras preferían trabajar de otra manera; así que propuse olvidar ese documento y comenzar nuevamente de la forma en que considerasen más oportuna pero, una vez más, me encontré con otra negativa de estas dos personas que respondieron que “como ya estaba bastante avanzada mi propuesta, no tenía sentido empezar de cero y que sería suficiente con realizar una pequeña revisión conjunta”.
Yo no lograba entender las críticas, ni la actitud tan negativa de estas personas desde el primer momento pero, tras realizar la revisión, mi estado de ánimo no era el mejor como para expresar mi opinión de que todavía quedaba mucho margen de mejora; así que decidí esperar a que todos los miembros del grupo diesen su conformidad para entregar el que, en principio, sería el documento final.
Afortunadamente, y sin decir nada, una compañera decidió realizar una serie de modificaciones y multitud de aportaciones que mejoraron muchísimo el documento que había quedado tras esa revisión; enviando al resto del grupo la versión definitiva junto a un mensaje en el que no solamente me agradecía los avances que yo había realizado, sino que también explicaba la gran cantidad de aportaciones y modificaciones que había podido realizar ella.
Supongo que fue esta bonita acción de mi compañera la que me llevó a entender que el verdadero problema no había sido mi propuesta o mi nivel de exigencia, sino ese conformismo que muchas veces invade a las personas y que nos puede llevar a acomodarnos cuando consideramos que una determinada tarea no es lo suficientemente importante según nuestro punto de vista».
Finalmente, como profesional de la Educación y de los Recursos Humanos, me gustaría finalizar este pequeño relato con una frase de Will Smith que refleja perfectamente la importancia de valorar cada una de las pequeñas acciones que realizamos en el día a día:
“No trates de construir una pared, no pienses en crear la pared más grande e imponente que se haya construido jamás; sino piensa en poner cada ladrillo de la forma más perfecta en que pueda ponerse… ¡¡Y pronto obtendrás una gran pared!!”.
Javier Alarcos Olivares (@jalarcoso)
Javi me encantó tu artículo!!! Te felicito!! Cariños para ti y tus papis y miles de besos para mi Analu
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¡¡Muchísimas gracias, Patricia!! Me alegro mucho de que te estén gustando las publicaciones. Daré recuerdos a todos de tu parte. 🙂
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