Actualmente, con numerosos datos que muestran el aumento de trastornos depresivos y de ansiedad, nadie puede dudar de que los efectos de la pandemia mundial van mucho más allá de los daños provocados por un virus SARS-CoV-2 cuya letalidad está disminuyendo (a pesar de la mayor rapidez de transmisión de la nueva variante Ómicron).
Y es que, tras casi dos años en los que únicamente podemos leer e informarnos sobre cifras de contagios y de muertos, existe otra pandemia mundial a la que no se está prestando la atención que requiere: ¡La de la ansiedad!

Es importante diferenciar entre el miedo (que es una emoción, postestímulo y reactiva, producida por una amenaza real y presente) y la ansiedad (anticipación, preestímulo y proactiva, ante un posible peligro futuro, indefinible e imprevisible); tratándose, en ambos casos, de procesos adaptativos e imprescindibles para la supervivencia.
Sin embargo, la ansiedad patológica deja de ser útil para la superación de obstáculos o la prevención de peligros y se convierte en un generador de miedos que se interponen en la vida de las personas; debiendo destacar que el desencadenante principal de esta ansiedad es el significado personal o, más concretamente, la interpretación anticipadora que da la persona ante una situación determinada.
Cabe destacar que, entre la ilimitada variedad de situaciones que pueden causar ansiedad, existen cuatro tipos cuya probabilidad de convertirse en ansiógenas parece ser mucho mayor y que nos han acompañado diariamente en los últimos dos años:
- Escenarios que implican evaluación social.
- Situaciones que implican amenaza con un peligro físico.
- Contextos ambiguos.
- Rutinas diarias.

Porque, si nos paramos a analizar cada una de las situaciones… ¿Quién no se ha sentido observado tras sufrir un ataque de tos en el transporte público? ¿Alguien está exento de sentirse libre del peligro físico que implica este virus? ¿Acaso no existe una gran ambigüedad entre la realidad que estamos viviendo y esa “Tierra Prometida” que nos ofrecieron con esa “nueva normalidad” que tendríamos tras la inoculación de unos fármacos cuya eficacia está, hoy en día, más en duda que nunca? ¿Pudo colaborar el confinamiento y las restricciones impuestas para ayudarnos a salir de esas rutinas diarias?
Por otra parte, y si tenemos en cuenta que el simple recuerdo de situaciones desagradables se puede convertir en un desencadenante de la ansiedad patológica, el continuo bombardeo informativo, y de tono hedónico negativo, no parece ayudar a mejorar la salud mental de la población; provocando, en la sociedad, la creencia de una escasa capacidad para afrontar la realidad o de actuar ante los sucesos que se están viviendo.

No obstante, el problema es mucho más grave de lo que puede parecer en un primer momento, pues la ansiedad está estrechamente vinculada con el sistema de procesamiento de la información; siendo fundamental el hecho de señalar cuatro sesgos que dificultan enormemente la salida de esta espiral que tanto está perjudicando a la salud mental en la actualidad:
– Sesgos en la atención: Los individuos focalizan su atención, de manera automática e inconsciente, hacia estímulos indicadores de peligro o de amenaza potencial; lo que implica una mayor activación de la corteza cingulada anterior y, consecuentemente, una fase de hipervigilancia que acaba resultando agotadora a nivel emocional.
– Sesgos en la memoria: Implica el continuo recuerdo de la información amenazadora que se ha memorizado previamente; comparando cualquier situación novedosa con experiencias previas en situaciones equivalentes.
– Sesgos en la interpretación: Aunque los estímulos y las situaciones suelen ser ambiguas y susceptibles de tener varios significados posibles, la ansiedad provoca que esos estímulos ambiguos sean valorados preferentemente como peligrosos; juzgándose los acontecimientos futuros como más negativos y amenazantes.
– Movilización de recursos auxiliares: Intervención de una serie de procesos cognitivos básicos para compensar la reducción transitoria de la capacidad personal (debido a la interferencia cognitiva producida por la preocupación).
De este modo, el propio sistema de procesamiento de la información de la persona provoca que esos cuadros de ansiedad se afiancen y que cada vez sean más difíciles de tratar.

Por todo ello, y teniendo en cuenta que el entorno laboral suele ser un lugar en el que existe una mayor presión para las personas, considero que los profesionales de Recursos Humanos deben ser capaces de advertir a los empleados sobre la necesidad de cuidar la salud mental y, por qué no, también proponer a los directivos de las organizaciones la posibilidad de crear programas para la mejora de la salud mental e incluso la contratación de psicólogos para el cuidado del talento interno.
Pero, más allá de cualquier ayuda que se nos pueda facilitar desde el entorno profesional, debe ser cada persona quien, de manera individual, trate de trabajar de forma autónoma para el cuidado de su salud mental y no dudar en solicitar la ayuda de profesionales cuando la situación lo requiera.
Javier Alarcos Olivares (@jalarcoso)
Algunas de las fuentes consultadas para realizar esta publicación han sido:
· Fernández Abascal, E. G.; García Rodríguez, B.; Jiménez Sánchez, M.P.; Martín Díaz, M.D.; Domínguez Sánchez, F.J. (2010). Psicología de la Emoción. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces.
· Del Abril Alonso, A.; Ambrosio Flores, E.; De Blas Calleja, M.R.; Caminero Gómez, A.; García Lecumberri, C.; Higuera Matas, A. y De Pablo González, J.M. (2017). Fundamentos de Psicobiología. Editorial Sanz y Torres.
· Collado Guirao, P.; Guillamón Fernández, A.; Ortiz-Caro Hoyos, J.; Claro Izaguirre, F.; Rodríguez Zafra, M.; Pinos Sánchez, H.; Carrillo Urbano, B. (2017). Psicología fisiológica. Editorial UNED.
Muy buen artículo Javi!!!! Cariños!
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